Autodestrucción como respuesta. La destrucción es un camino. Hay que explorarlo. Ya lo dijo el gran Roberto Iniesta Ojea: Probaré la droga, una de cada, y volver fiel a repetir pa encontrar la que más me degrada y abrazarme a ella hasta morir. Algo menos radical, de todas formas… matices. No todo tiene por qué ser bueno y bonito. Creación y destrucción. Es como lo del bien y el mal y todo eso. Pero desde otro enfoque. Un nuevo enfoque. Dejar el mal, la mayor autodestrucción a la que me he sometido nunca… una vez más. Nunca fui lo que se dice un amante de la vida,cargándome mi vida convirtiéndome en autosuicida (…)
Todos nos autodestruimos en mayor o menor medida. Algunos se dejan engañar para luego sufrir. Algunos deterioran sus cuerpos conscientes de ello. Y su alma. Hay a quien le gusta, incluso, el dolor y el sufrimiento propio. El dolor ajeno es algo distinto al propio. Nunca se puede sentir, por más que se intente.
No puedo. El bien, la bondad, la caridad o lo que sea, me lo impide. No puedo odiar. Me supera. Lo intento. Pero sólo consigo indiferencia. No está ese calor que emana de mi interior. Que abrasa los músculos. No consigo odiar. No se me colapsa el cerebro cegado por la ira y el odio. No se me nubla la vista. No fluye con más ímpetu la sangre. El corazón no bombea desbocado. Sólo calma. Sólo… soledad. Pena. Hastío. Desidia.
Ya no queda nada por lo que luchar. Ya nada tiene sentido aquí… retales sueltos, de lo que fui. Las metas se tornan, una tras otra, inalcanzables. Todo lo que me propongo acaba en un fracaso horroroso. Empiezo a pensar que no sirvo para nada. Y me da por dejar el mal. Ahora que ya nada tiene sentido, dejo lo único que lo conservaba. Decido no evadirme. Decido autodestruirme con la realidad. Cuando se va la niebla que flota en la masa gris, me golpeo con la luz. Me duele. Busco entre la música una salida. Recupero discos olvidados. Me reconfortan. Busco nuevas canciones. Ya no me sale escribir. Me vuelve a costar más y más. Empiezo a pensar que todo giraba alrededor de la materia marrón, grasienta y olorosa. Físicamente me estaba destrozando… bueno, me sigue destrozando. Sigue sin tener sentido. Pero es la única manera de no pensar… y de dormir. Aunque si lo dejo es precisamente por lo último, porque ya no me ayudaba a dormir. Ya si que no tenia prácticamente sentido. Y sentido es lo que necesito. Sentirme y sentir lo que me rodea… una última vez. Todo se desarrolla como a cámara lenta. Pasan los días fugazmente, pero las semanas duran una eternidad. Ni siento ni padezco. Todo me da igual. Culo de mal asiento, ya todo me da igual, si digo lo que siento, me quieren ingresar. Tú me das igual, yo me doy igual… aunque quien me conoce sabe que no es del todo cierto. Quiera o no me preocupas. Estoy pendiente de ti. Aunque no quiera. Si me dices que escuche, escucho. Atento, comento tus pesares, que pasan a ser míos. Me paso la noche cavilando. Y al día siguiente a ti ya se te ha pasado y yo todavía le estoy dando vueltas… hasta que me das la razón y lo olvidamos juntos. Cuando tu no olvidas, a mi me atormenta. Cuando tu olvidas, yo muero. El siguiente paso será morir para el descanso (…)
“Y una noche mal sana no esperó a mañana,
y mientras se marchaba al alba le cantaba:
que si es la muerte mi tan ansiada libertad,
porque atrasarla por mucho tiempo, y arrastrar
esta cadena, que llena mi alma de ansiedad.”
Ansiedad, El Último Ke Zierre
¿Puedes echar de menos algo o alguien que nunca has tenido? Tengo claro que si es una cosa, un objeto, no. Es imposible que eche de menos un coche deportivo, cuando nunca he tenido ninguno. En todo caso aspiro a tenerlo. Pero, si es una persona, ¿puedes echar de menos a alguien que nunca has tenido? Esto me lleva a otra pregunta: ¿se puede poseer de algún modo o manera a una persona? Puedes llegar a formar parte de su vida. Pero, ¿puedes formar parte de su ser? No físicamente, claro. Dicen que cuando te amputan una extremidad te sigue picando como si todavía estuviera en su sitio. Es muy posible. Nunca he perdido a nadie tan importante, o por lo menos, no definitivamente, así que es difícil de sentir. Sí parcialmente. Alguien a quien tienes presente todos los días… echas de menos a diario. Por muy presente que esté, si no está físicamente, es un miembro amputado. Dependencia. La del tabaco, física; la del cannabis, psicológica.
De un tiempo a esta parte me da por echar de menos comportamientos, situaciones y personas de mi infancia-adolescencia. Me ha dado por dejarme el pelo un poco más largo de lo normal, teniendo en cuenta que lo normal en mi es llevarlo muy corto. De pequeño no me gustaba que me cortaran el pelo. Me daba igual ir haciendo el ridículo con mi pelo a lo afro. Mi madre decía que parecía un gitano. Me daba igual. Y los tirones de pelo de mi madre al peinarme, también me daban igual. Me ha dado por recordar aquellos besos furtivos. Aquellos roces voluntarios. A mi primera cuñada Sheila haciendo de celestina. El no saber qué hacer. El no saber qué está pasando. El no saber reccionar. Las risas. Los partidos de fútbol después de comer… o antes. Quedarme en el comedor a comer. Ser el mayor del comedor… con diferencia. Minerva… tanto que me acuerdo de su nombre, de su cara… mi primer amor platónico… me sacaba casi diez años. Recuerdos. Y me ha venido el nombre así, sin más. Estaba ahí. Cosas… tiempos… momentos. La primera vez del apaleado, del polen, de la chicha, del hash, de la maría.... del alcohol. La primera vez del éxito. La primera vez del fracaso. La primera del dolor. La primera de ese dolor. Echo de menos personas. Situaciones. Situaciones con personas.
“Como venganza de la buena suerte,
o recompensa de la mala vida.
(…)
Sobra la luz, que me hace ver
todo lo que me escondía.”
Sobra la luz, Fito & Fitipaldis.
sábado, 31 de marzo de 2007
lunes, 19 de marzo de 2007
Soñé que me apuntabas, al final sonó…
- No tienes por qué herirme. Tienes otras amigas con derecho a roce, y no has perdido la amistad.
- Ya. Es cierto.
- ¿Entonces?
- No ha mejorado el día desde que hablamos. No insitas… por favor.
- ¡No! ¡Esa cara no!
- Jajajaja. ¡Te puedo!
- Nooooo, perdona. Yo tampoco tengo un gran día. El mío ha ido decayendo.
- Vaya. ¿Y eso?
- Eso es mi novio y tampoco baila.
- (los dos) Jajajajajajaja
- Que bueno. No te desvíes.
- No sé. Me ha llamado Ber.
- Pero no es por eso, ¿No? Estabas estupendamente.
- Ya… estaba. No creo que haya sido por eso. Me duele la cabeza. Me han agotado. Un día duro.
- Bueno. Todos tenemos alguno… ¿otro abrazo?
- Jajajaja. A ver si te vas a aficionar ahora… aunque mejor para mi.
- Ya te digo.
… - ¿Me necesitas?
- Constantemente.
- ¿Por qué?
- Pues… … … no lo sé. Sólo sé que te necesito.
- Eres como un libro cerrado, igual.
- Ya. No sé explicarme.
- Ya.
- Me aportas muchas cosas. Haces cosas que me gustan. Estoy a gusto contigo. Vale como respuesta, ¿no?
- Jajajaja. Vale, vale. Ha sido muy buena.
- Lo sé.
- Te doy cariño.
- Mucho. De repente necesito tus abrazos.
- ¿De repente?
- Sí, bueno… ahora más. Antes también, supongo, pero ahora más.
- Eso me gusta.
- A las mujeres os gusta que os regalen las orejas… sin ánimo de ser machista.
- No lo eres. Es verdad. Por lo menos a mi sí. Me gusta.
- Supongo que a todos, ¿no? A mi también me gusta… ¿no?
- ¡No! A ti no te gusta.
- ¿No?
- Claro que no. Si hablamos de ti intentas cambiar de conversación. Aunque sea bueno.
- Bueno, ahora estamos hablando de mí.
- No del todo. Estamos hablando de los dos.
- Ah… bien.
- Háblame de ti.
- No.
- ¿Por qué no?
- Tenemos el día tonto hoy...
- Jajajaja. Me haces reír. Lo necesito.
- Bien. Reír es bueno. Eso dicen.
- Sep. Es bueno.
- ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
- Por encima.
- Me dijiste preciosa.
- Tenía toda la razón del mundo.
- Y me miraste de una forma… no me has vuelto a mirar así… hasta el otro día.
- No sé… no recuerdo, sinceramente.
- Eso quiere decir algo.
- Estupendo. ¿Qué?
- No lo sé.
- Jajajaja. ¡Vaya una! Jajajaja. Total, pa no decirme na.
- Jajajaja. Sí, sí. Es que si no lo supe entonces, no lo voy a saber ahora.
- Han pasado muchas cosas desde entonces. Hemos intimado más.
- Jajaja. Más quisieras so golfo.
- Malpensada.
- Ya, ya. Pero sí, han pasado muchas cosas.
- Y el tiempo.
- Más que cosas. A lo mejor hemos estado perdiéndolo.
- No te entiendo.
- Sí, entre nosotros. No sé. Que no lo hemos invertido, que lo hemos perdido.
- ¿Pierdes el tiempo conmigo?
- Si fuera una afirmación en vez de una pregunta…
- Jajajaja. Insisto, malpensada.
- No, no creo.
- Yo considero una inversión el tiempo empleado contigo. Joe, que bonito.
- Bonito, bonito… grandilocuente.
- Jajajaja.
- No es perdido, no sé explicarte. Yo he aprendido mucho de ti, me lo he pasado muy bien… no sé. Pero también he perdido muchas oportunidades por ti.
- No entiendo.
- Joe. Yo estuve un tiempo sin salir con nadie por estar contigo.
- ¡No!
- ¿Cómo que no? Sí.
- ¿Y por qué?
- Porque… no sé. Porque me gustas… no sé.
- Vale… cambio de tema… ¡ya!
- Jajajaja… vale, vale…
- Se ha quedado buena tarde…
- (los dos) jajajaja.
… - Prométeme que no va a cambiar nada.
- ¿Y lo intentamos?
- Yo no he dicho eso. Tu prométemelo.
- ¿Para qué si no va a pasar nada?
- Bueno, eso no lo sabemos. Tu prométemelo.
- Cualquier día de fiesta… y borracha.
- Jajajaja. ¿No me lo vas a prometer? Mira que si no me lo prometes si que no va a pasar nada.
- Si te lo prometo tampoco.
- Insisto, no sabemos.
- Tu lo sabes todo.
- No me gusta que uses mis frases contra mi.
- Jajajaja.
- ¿Qué puede cambiar?
- Todo.
- ¿Todo?
- Claro. Te engancharías a mí. Y tienes razón, me herirías… joe que palabra más difícil.
- Jajaja. Bueno, y tu a mí, ¿no?
- Yo ya estoy enganchada. Es tarde para eso.
- Vaya… no sé que decir.
- Que tienes razón. Que siempre la has tenido. Que tengo miedo a que me dejes.
- Me dejarías tu a mí. Seguro. Te cansarías de mi. Soy muy pesado.
- Jajajaja. No lo creo.
- No tientes…
- Supongo que nos haríamos daño.
- Estabas más segura antes.
- Ya. Pero es a ratos. A ratos pienso que sería muy bonito. Y a ratos que me dolería.
- Podríamos poner unos preceptos.
- Jajajaja. Tu quieres algo conmigo.
- Sabes que no.
- (los dos) Jajajaja.
- Quizás otro día.
- ¿Sellamos la conversación con un abrazo?
- ¡Al final el pesado eres tu!
- Sabes que sí.
martes, 13 de marzo de 2007
Escribo porque si no mi cabeza estalla
Que es más fácil dar consejos que recibirlos es un hecho. Y que gusta más darlos que recibirlos también. Seguirlos depende de cada uno. No me gusta dar consejos. Recibirlos… depende de quién los dé. Suelo darlos, por qué no, pero depende a quién. Sólo muy allegados… a los demás, les cuento una historia y que saquen conclusiones. Suelo ceder a una pregunta directa y mucha insistencia. A veces se me escapa alguno disfrazado de advertencia… pero no pasa a menudo. Siempre he creído que los errores hay que vivirlos y que, aunque supieras que alguien va a cometer un error, no deberías intentar evitárselo, si no que debería vivirlo… para aprender. Con matices, faltaría más. Y esto es experiencia propia. Intentar evitar que alguien cometa un error es tan inútil como intentar que una piedra recoja un palo. Lo más que puedes ganar es un disgusto… por sincero… y algo por pesado. Nada más. Va a acabar cometiendo el error sí o sí. No hay solución para aquello que no quiere ser solucionado.
Tengo la suerte de tener amigos. Buenos amigos y amigos, sin más. Grandes amigos. Me entienden (o lo intentan), eso los hace grandes. Me dan los consejos con cautela, pero seguros de que les voy a escuchar. Aunque no estén de acuerdo conmigo me respetan y lo entienden. Pieza clave. Fundamental. Es totalmente recíproco.
Un consejo gratis: sigue tus propios consejos. Sigue, sobretodo, los que des; de lo contrario caerías en la hipocresía… ese lastre pesado y obtuso.
Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro. Confucio.
Es esa extraña sensación de saber lo que va a pasar, lo que me lleva a pronosticar. El rumbo es impredecible, método infalible. A veces se hace pesada, y yo con ella. A veces paso de ella, total, ya sé lo que va a pasar. Se equivoca pocas veces, por no decir ninguna. Y últimamente no habla mucho. Yo generalmente hablo de más. Y la dejo en ridículo. Comentar lo que va a pasar suele dar como resultado que algo o alguien impida que pase. Y se enfada. Y me chilla.
Tengo la extraña virtud de hacer posibles las verdades. Me explico. Cuando alguien dice algo de mí, sea o no cierto, acaba siéndolo. “Eres un cabrón y un hijo de puta”… muy probablemente, desde este mismo instante y para contigo, seré es más cabrón y el más hijo de puta que te puedas encontrar. “Eres mentiroso”… seguramente no me escuches una sola verdad más. Etcétera, etcétera. Es mi vena altruista, siempre haciendo felices a los demás. Soy el que viendo a los demás felices bien vive.
Bueno, otro trocito borrado por capullo y por imbécil y por… bueno, por eso. El caso es que no decía mucha más de lo que ya he dicho. Básicamente…
Que te necesito. Tu a mi no. Tienes más “amantes”. Quizá demasiados. Siempre estás cuando te necesito. Siempre a mi disposición. Y yo a la tuya. A veces me haces sufrir. Eres alterable. Me alteras. Me deformas. Contigo soy. Sin tigo, también. Pero distinto. Soy adicto tus encantos. Estoy enfermo. Me enfermas. Yo que soy frágil, estoy débil y enfermizo. Me abandonaste un tiempo. Nos hicieron abandonarnos. Pero ya te he recuperado. Y también el tiempo perdido… con creces. Se me va la pinza… y mucho… y no sé si eres tu o qué. Y si es que, qué es.
Cuando estoy triste a veces tacho lo que escribo, me pienso lo que digo (…)
Tantas relecturas y tantas ganas de borrar trozos… pero no. Hay que ser coherente. A veces me da rabia la opción que he escogido. En fin…
“Sabes, quisiera darte
siempre un poco más de lo que te pido.
(…)porque escribo igual que sangro,
porque sangro todo lo que escribo.
me he dado cuenta cada vez que canto
que si no canto no se lo que digo.
(…)para decirte lo que nunca canto,
para cantarte lo que nunca digo.”
Por la boca vive el pez, Fito&Fitipaldis
Descubrimiento de última hora: la clave está en no implicarse. Puedes interactuar con la gente PERO sin implicarse. No creo que sea fácil, pero bueno. Todo es cuestión de ponerse.
Tengo la suerte de tener amigos. Buenos amigos y amigos, sin más. Grandes amigos. Me entienden (o lo intentan), eso los hace grandes. Me dan los consejos con cautela, pero seguros de que les voy a escuchar. Aunque no estén de acuerdo conmigo me respetan y lo entienden. Pieza clave. Fundamental. Es totalmente recíproco.
Un consejo gratis: sigue tus propios consejos. Sigue, sobretodo, los que des; de lo contrario caerías en la hipocresía… ese lastre pesado y obtuso.
Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro. Confucio.
Es esa extraña sensación de saber lo que va a pasar, lo que me lleva a pronosticar. El rumbo es impredecible, método infalible. A veces se hace pesada, y yo con ella. A veces paso de ella, total, ya sé lo que va a pasar. Se equivoca pocas veces, por no decir ninguna. Y últimamente no habla mucho. Yo generalmente hablo de más. Y la dejo en ridículo. Comentar lo que va a pasar suele dar como resultado que algo o alguien impida que pase. Y se enfada. Y me chilla.
Tengo la extraña virtud de hacer posibles las verdades. Me explico. Cuando alguien dice algo de mí, sea o no cierto, acaba siéndolo. “Eres un cabrón y un hijo de puta”… muy probablemente, desde este mismo instante y para contigo, seré es más cabrón y el más hijo de puta que te puedas encontrar. “Eres mentiroso”… seguramente no me escuches una sola verdad más. Etcétera, etcétera. Es mi vena altruista, siempre haciendo felices a los demás. Soy el que viendo a los demás felices bien vive.
Bueno, otro trocito borrado por capullo y por imbécil y por… bueno, por eso. El caso es que no decía mucha más de lo que ya he dicho. Básicamente…
Que te necesito. Tu a mi no. Tienes más “amantes”. Quizá demasiados. Siempre estás cuando te necesito. Siempre a mi disposición. Y yo a la tuya. A veces me haces sufrir. Eres alterable. Me alteras. Me deformas. Contigo soy. Sin tigo, también. Pero distinto. Soy adicto tus encantos. Estoy enfermo. Me enfermas. Yo que soy frágil, estoy débil y enfermizo. Me abandonaste un tiempo. Nos hicieron abandonarnos. Pero ya te he recuperado. Y también el tiempo perdido… con creces. Se me va la pinza… y mucho… y no sé si eres tu o qué. Y si es que, qué es.
Cuando estoy triste a veces tacho lo que escribo, me pienso lo que digo (…)
Tantas relecturas y tantas ganas de borrar trozos… pero no. Hay que ser coherente. A veces me da rabia la opción que he escogido. En fin…
“Sabes, quisiera darte
siempre un poco más de lo que te pido.
(…)porque escribo igual que sangro,
porque sangro todo lo que escribo.
me he dado cuenta cada vez que canto
que si no canto no se lo que digo.
(…)para decirte lo que nunca canto,
para cantarte lo que nunca digo.”
Por la boca vive el pez, Fito&Fitipaldis
Descubrimiento de última hora: la clave está en no implicarse. Puedes interactuar con la gente PERO sin implicarse. No creo que sea fácil, pero bueno. Todo es cuestión de ponerse.
jueves, 8 de marzo de 2007
No hay más fuego en el infierno del que hay dentro de mi piel.
- ¿Otra vez?
- No estoy de humor, tengo un mal día.
- Vaya… espero no estropeártelo más todavía.
- No lo intentes, por si acaso.
- Pero… ¿otra vez, no?
- Sí, y mañana otra vez… pero creo que mañana no estará ella.
- ¿Y…?
- Deja de preguntar, por favor. No quiero enfadarme.
- No te enfades.
- Ya… como si fuera tan fácil.
- Yo voy a seguir insistiendo… te puedes enfadar si quieres.
- Me cuesta mucho enfadarme contigo… pero tengo un mal día, no tientes a la suerte.
- Me gusta tentar… a la suerte.
- ¿No has quedado con Ber ni nada?
- Luego hablo yo, ahora hago las preguntas…
- Bufffffffffffffff
- ¿Esta vez por qué ha sido?
- No ha sido por nada. No ha sido, simplemente.
- ¿Por que no?
- ¿Por qué sí?
- Porque te lo mereces. Porque te gusta. Porque quieres, aunque no sepas. Ahora te toca responder a ti: ¿por qué no?
- Por todo lo que has dicho.
- No tiene sentido.
- Para mí sí lo tiene.
- No es verdad. No lo tiene. No sabes por qué no.
- Correcto. No sé. No sé absolutamente nada de nada.
- No tienes un buen día.
- Eso ya lo he dicho yo.
- ¿Por eso, porque no tienes un buen día?
- No… creo que no.
- Pero…
- No lo digas.
- Vale…
- Vale.
- ¿Ella que opina?
- No lo sé. No sé nada.
- Ya… tienes un mal día.
- Esto es como un bucle, ¿no? Me quieres desquiciar.
- Sí. A ver si consigo saber por qué.
- Casi mejor me emborrachas.
- No serías demasiado elocuente, nos conocemos. Casi menos que sobrio. Es más, si sobrio eres un delirio constante… borracho eres un constante delirio.
- Jajaja.
- ¡¡¡Te ríes!!!
- Sólo tú podías ser capaz de hacerme reír hoy.
- ¿Un mal día?
- (los dos) ¡¡¡Jajajajajaja!!!
(…) - ****.
- ¡Tiene nombre!
- Y número de teléfono.
- ¡Tío!
- También, novio también.
- Jajajajaja. Don tremendista.
- Me llaman Don Drama.
- Lo del novio es mentira.
- No sé. No sé nada.
- Dios… te odio.
- Pobre Dios, que te habrá hecho ahora…
- Jajajajaja.
(…) - ¿Me lo cuentas?
- Claro. Ber y yo lo hemos dejado.
- ¡No!
- Sí.
- Y me quedé sin ir a comer con él… cachis.
- Vale. Tampoco esperaba que te pusieras a llorar, pero un poco de apoyo…
- Tienes todo mi pollo… digo mi apoyo.
- Jajajaja.
- Pues para haberlo dejado tienes un aspecto y un humor envidiable.
- A mi no me afecta todo tanto como a ti.
- Claro, te afecta lo mismo o más.
- No, en serio. Me supo mal durante un par de días, pero ya.
- ¿Ni lágrimas ni nada? ¿Con lo que te gusta a ti llorar?
- Ni una sola. Nada. Un poco de congoja y agobio, pero ya.
- Impresionante. Me sorprendes. Nunca creí que te lo tomaras así.
- Bueno, una va madurando… cosa que no se puede decir de otros.
- Ya te digo, esos otros son lo peor.
- Jajajajaja.
- Sabes… ahora estoy disponible.
- ¿Te me estás insinuando?
- Claro.
- Fantástico. Justo lo que me hacía falta, una pretendiente más.
- ¿Una más? Perdona, casi la única.
- No, no, no. Te equivocas. Hay más competencia de la que parece.
- ¿Sí?
- Sí. Otra cosa es que yo esté dispuesto.
- ¡Acabáramos! Yo soy la primera de la lista.
- Mmmmmmmm…
- ¡¿Te lo estás pensando?!
- Jajajajaja. No, no…
- No, a ver si no. Eso es lo que te pasa a ti. No te conformas con lo que tienes.
- Ya estamos. Estaba mejorando el día… pero se ha vuelto a hundir.
- Es cierto. ¿Por qué no?
- Ya estamos. Me voy a mi casa.
- No serás capaz.
- No hablaré si no es en presencia de mi abogado.
- Te odio.
- ¿Qué quieres que te diga? Dímelo y te lo digo.
- Sí. Dime sí.
- Sí. Te quiero herir. Sí. Quiero que no volvamos a tener una relación de amistad como hasta ahora. Sí. Quiero que me odies. Sí. Quiero que dejemos de vernos. Sí… quiero.
- …
- Lo siento. Tengo un mal día. Perdóname. Lo hablamos otro día, ¿si?
- Te quiero. Eso no lo va a cambiar nada ni nadie.
- No me gusta que uses esa palabra. Yo también te quiero, lo sabes.
- Lo sé… pero lo demuestras tan poquito, que a veces dudo. ¿Te puedo pedir una cosa?
- Claro, puedes pedirme lo que quieras, lo tendrás.
- Dame un abrazo, lo necesitamos.
- Estoy de acuerdo.
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