Es curioso cómo funciona mi cerebro. Supongo que todos claro, pero hablo de lo que creo que sé. Ya os he contado muchas veces que no logro acabar de entender su funcionamiento. Entre otras cosas, por las drogas; lo sé. Bueno, solo una. Ya era despistado antes de consumir. He estado años sin consumir y seguía igual de despistado. Y desmemoriado. Aunque creo que van de la mano. A lo que venía. No deja de sorprenderme esa capacidad de recordar cosas de hace diez años y no ser capaz de recordar lo que ha pasado hace diez días. A veces mola. Te alegras de las mismas noticias varias veces. Conoces gente por primera vez dos veces. Lo malo nunca se olvida. Siempre está presente. Y cuanto más tratas de olvidarlo, con más fuerza lo recuerdas. Esa es la parte mala. Da igual hace diez minutos que hace quince años. Lo malo no se olvida, repito. Las situaciones vergonzantes, los momentos malos, las sensaciones tristes; todo eso permanece siempre. Y no es porque esté todo el día dándole vueltas, no es que esté siempre en primer plano, al revés; está agazapado, está en standby, siempre dispuesto al ataque, a salir al terreno de juego. A revolucionar el partido. Y vaya que lo hace. De repente un bajón. De repente no hay risas. De repente todo es gris. Antes estos periodos estaban más diferenciados y eran más prolongados. Ahora se suceden en horas. Es un caos. Los últimos dos meses (hoy es 16 de octubre, creo - corrección, es 19-), han sido un poco más tranquilos, pero es que desde mediados de junio mi cabeza ha sido una maldita montaña rusa. Estoy pensando en montar un parque temático y en vez de montaña rusa poner mi estado de ánimo. Desde una relativa calma, dentro de un jodido huracán, creo que me ha afectado más de lo que he aparentando. Normal, también os lo digo. Ahora en la calma llegan nuevas preocupaciones. Más banales, si queréis. Más triviales. Vuelve a sorprenderme mi querido cerebro mezclando risas y tristeza (hace tiempo que no lloro), momentos de hilarante felicidad e ilusión con momentos de vacío y negro porvenir. Y eso que no hago más que proponerme volver a la estabilidad, aunque sea, doméstica, social, laboral. La única es la tercera. Y es porque es en el sitio dónde mejor me lo paso, quién lo diría. Pero no trabajando, si no estando con los compañeros. Y, por qué no, con gente de otros departamentos y empresas externas. Ahí viene también parte de la distracción banal. El juego. El maldito, divertido y peligroso juego. Muy pesado, lo sé. Pero últimamente todo acaba ahí. Supongo que porque tampoco quiero escribir sobre el otro problema. Aunque lo deje entrever. Duele. Es divertido volver a leer lo que escribo y ver como paso de puntillas y mi cerebro se encarga de dar un pequeño giro, sutil, y cambiar de tema. Aun teniendo en la cabeza lo que iba a escribir, al final voy por otro lado. Y, como no, me doy cuenta cuando lo vuelvo a leer, no cuando lo estoy escribiendo. Eso también me lleva a pensar si el juego no es una distracción elaborada por mi cerebro para esquivar otros pensamientos. Es decir, nunca he necesitado o tenido la sensación de necesitar una persona a mi lado, digamos, de manera romántica. Y ahora, por momentos, la mayoría de las veces, creo que tampoco. Pero hay un runrún de fondo que me hace pensar que quiero algo así. Y ya empiezo a dudar si es real o es una elaboración del subconsciente. A lo mejor es que sí, que quiero, que necesito. Pero no veo que sea un momento adecuado. Eso también está detrás del otro runrún. No lo veo ahora mismo. No es mi vida, ahora mismo, compatible con nada. Y eso me hace pensar que mejor no. Si no, ¿por qué no le he dicho nada todavía?
“Al principio lo pinté como una sombra y no era un gozo
Nada más que un simple esbozo de franqueza tu sonrisa
Un péndulo encima de un pozo, un segundo que se eterniza
Algo más leve que un sollozo, un alma que se parte en trizas.
Resignado que al puzzle le faltaba alguna pieza
Pues tal cosa me obligaba a pronunciarme a un primer paso
Hoy no tuve que pensar no quise quedarme en el quizás
Con la fe del que conoce ya a que saben los fracasos.
Y entonces vimos sobre los tejados aquella nada que se hizo visible
En el instante que se hacía pasado, en el momento menos predecible
La duda eterna del enamorado jugaba haciendo saltar el fusible
(…)”
El mejor de los mundos posibles, Pangloss