viernes, 26 de marzo de 2010

Desato tormentas sin rechistar

Creí que había cambiado. Que no era como antes. No quiero ser como antes. Y me descubro discutiendo. Y todo por no callarme. Traga, traga, traga. No puedo. Rasta no traga hipócritas ni fariseos. No quiero discutir. Me sabe mal, aunque tenga toda la razón. Odio ese nudo en el estómago, ese elevar la voz, esa sensación de rojez, ese palpitar excesivamente. Y todo por una puta palabra: principios. Y, entre ellos, el del trabajo. Soy de la opinión de que te pagan (poco o menos) por hacer un trabajo y que, si no lo haces, no te mereces que te paguen. Si te pagan poco, si no te sientes valorado, si no te gusta lo que haces, si no estás a gusto... vete, déjalo. Así de democrático. Pero no jodas a los compañeros. Si tu no haces tu trabajo, otro lo hará y, generalmente, ese otro es un compañero. Si te escaqueas, si escurres el bulto, si tiras balones fuera, si delegas (si no es tu trabajo): estás enmarronando a un compañero. Un compañero que cobra lo mismo que tu y que tiene la misma carga de trabajo que tu. Y que a lo mejor no es tan vago como tu, o le gusta lo que hace. Y hacerlo bien, porque hay dos maneras de hacer las cosas: bien y el resto; medio bien, regular, etc.

Y discutir resulta que es parte de la vida. Es necesario discutir. Es cierto que existen diferentes acepciones de la palabra "discutir". Dar mi opinión y que otro de la suya, genera discusión, esto es así. Es posible que uno de los dos ceda por quedar convencido por los argumentos del otro. Pero si ninguno cede, es discusión. Entonces... ¿qué? ¿Uno cede? ¿No cede ninguno? ¿Quién tiene razón? El padre tiempo siempre tiene la razón. En eso confío. Siempre he confiado. El problema fundamental es que uno de los dos se queda sin la benevolencia del padre tiempo. Es entonces cuando la memoria, o la cara dura, juegan malas pasadas. Negar lo que se había dicho y cambiar el discurso es cosa de décimas de segundo. Y ya estamos de nuevo. Otra discusión, puesto que la opinión de uno es la de que no ha cambiado su discurso y la del otro que si. El círculo vicioso de la vida. Donde dije digo, digo Diego. Y defiendo mi postura hasta el final. Es en este momento en el que me encantaría tener por cerebro un disco duro y por retinas una cámara de vídeo. Enchufaría un dedo-usb a un equipo y encontraría el momento exacto del digo y te abriría la cabeza con la pantalla. Así de democrático. Hay gente así a patadas. Es un hecho.

Y si discutir forma parte de la vida, en cualquier aspecto de la vida puede haber una discusión. Y de repente mi memoria vuelve a funcionar perfectamente y me dice que había un comentario de Sara que decía algo así como: “Discutir no es malo, lo que cuenta es saber distinguir qué vale más: el motivo que inicia la discusión o la persona que discute contigo. Cuando tiras por la persona... es amor, no hay duda.” Y se me antoja perfectamente cierto. No merece la pena discutir con alguien a quien pagarías por no volver a ver. En cambio, si discuto con mi vida… vale más ella… y la discusión es lo de menos. Ella es el centro de mi universo. Vivo por y para ella. Todos los esfuerzos que hace por entenderme… por soportarme… por quererme… cuando a veces soy yo el obstáculo… siempre soy yo. Es la mejor.

Qué final más positivo, ¿no?

“Junté palabras y las eché pa fuera, pocas mentiras te lo juro, que me muera”

Que me muera, Hora Zulu

Que sepáis que no abandono… sólo me alejo un tiempo, para recargar y volver. Hay muchas ideas en mi cabeza… demasiadas… quieren salir… pero se agolpan y taponan la vía de aire… algunas mueren… tengo que dejar el mal.
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