sábado, 23 de febrero de 2008

Viviendo en la carretera entre picoletos y farruquitos (Más aventuras en la carretera)

La carretera es una fuente inagotable de anécdotas. Cada día ves algo. Cada día pasa algo. Básicamente todo es cuestión de los usuarios. Siempre hay alguno que arma alguna. A veces son los que no saben donde van. Van a una velocidad anormalmente baja. Dudan. Cambian de carril sin previo aviso. Rectifican en el último momento. Creen que los demás perdonarán su falta de destino u orientación. Y no. Suelen tener problemas con los que zigzaguean entre los carriles. Éstos saben muy bien dónde van y quieren llegar ya. No saben que tienen intermitentes y les da igual dónde vayas tu, ellos lo tienen muy claro. Pueden ser los mismos que van a 80 en ciudad. Típico pijo de WV Golf. En un alto porcentaje de accidentes está implicado un Golf… eso me ha llevado a una conclusión: si tienes un Golf hay altas posibilidades de que seas subnormal. No pasa siempre, pero el porcentaje es bastante alto. No hay que confundir con los invade carriles. Esta clase de conductores pueden saber donde van y pueden ir a la velocidad adecuada para el tipo de vía… pero les dan igual el resto de conductores. Ellos tienen que ir a la derecha, pues a la derecha van. Cambiarán de carril te guste o no, estés de a cuerdo o no. Les da igual. Y si les das luces o les pitas, encima se enfadan. Generalmente, todo aquel que incumple las leyes a conciencia se enfada cuando se lo recriminas. Es lo que hay.
Decían hace un tiempo, una de esas noticias de relleno de los noticiarios prime-time, que van a meter en la cárcel a los conductores que circulen a mayor velocidad de la permitida por autopista (el ejemplo era uno que iba a dos sesenta en una autopista)… sería más fácil meter a los que van a ciento veinte… son menos. Somos menos. Si el máximo de la vía es ochenta… vete a ochenta, hombre. He tenido una idea… mis padres tenían una cámara de fotos antigua a la que se le acoplaba el flash. De pequeño me hacía gracia coger sólo el flash y dispararlo a mis padres. Generalmente creían que era poseedor de toda la cámara y había un momento gracioso. Sobretodo con mi madre, pobreta. El caso es que ahora en las rondas, cuando sales de Barcelona, el límite de velocidad es de ochenta. Algunos parece que no lo entienden. Y mi idea es volver a utilizar aquel viejo flash. No sé decir si es una buena medida o no. Lo justifican diciendo que se emiten menos gases contaminantes… lo cual no acabo de entender. Lo que es cierto es que, objetivamente, ha entorpecido el tráfico. Yo me muevo mucho por las rondas y autovías. Y hay diferencia.
En las autopistas es distinto. Hay sitio, salvo en las salidas y entradas de la ciudad Condal. Se circula con comodidad y seguridad. Siempre hay algún tarado de esos que van a 170 por la autopista, que se pegan a tu culo para que aceleres, que te dan las largas, que se te cruzan sin distancias de seguridad(no lo habría expresado mejor). Y los de siempre… si voy por el carril central a ciento veinte, todos los que me pasan por la izquierda lo hacen ilegalmente. No es que sea demasiado tiquismiquis. Con mi coche, circulo a ciento veinte, pero con el de mi padre voy mucho rato a ciento treinta… pero me parece un límite aceptable. Ya comentamos la problemática de los que se asientan en el carril central en otra entrada, no vamos a repetirnos.

Idas de olla en una autopista, ciencia ficción.
Alguien se preguntó una vez yendo por una autopista si haría viento fuerte – vent fort. Vaya, nunca hay un saco de esos rojos y blancos cuando lo necesitas. Pero, cuánta fue la dicha, de que gracias a algún dirigente creído ecologista habían árboles a lo largo del recorrido. Grandes, frondosos. Vaya, quizás puedan ser un indicador de la velocidad del viento en el exterior. Girando la vista levemente, sin apartarla de la carretera, cuál fue su sorpresa, debía estar a punto de llegar un huracán. Los árboles se sacudían violentos. Extrañado volvió a centrarse en el ejercicio de la conducción. Había muchos camiones en esa autopista, adelantarlos no suponía ningún problema, pero la prudencia es buena compañera.
Moraleja: No te fíes de los árboles, si lo que pasa es un camión.

Esto podría no haberme pasado a mí.
Profesiones de riesgo: hoy, mantenimiento de la autopista. Estos señores se dedican a reparar los quitamiedos rotos, adecentar las cunetas y medianas, colocar las señales cuando hay obras… y un sinfín de cometidos. Cuando los ves parados, rodeados de pivotes luminosos y conos, no te preguntas cómo han llegado hasta ahí. Yo los he visto. Llega un camión, que desacelera por la cuneta durante varios metros, y sale un grupo de seres de colores vivos. Si lo que hay que hacer está en el sentido de la circulación no hay demasiado problema. Pero, ¿y si es en el lado contrario? Ningún problema, cruzan. Ya está. No hay más. Cruzan la autopista. Y a veces pienso si uno que estuviera enganchado a algún juego de matar marcianitos no los verá con ojos asesinos. Algunos van escudados con señales casi más grandes que ellos, igual se salvan.
Mañana, peatones. Veremos al viejo de 80 años con muletas que se tira a cruzar una avenida de cuatro carriles cuando el muñeco verde del semáforo parpadea. Prestando especial atención en la forma de actuar de los que se tiran aún cuando el semáforo tiene cuenta atrás… “tres segundos, yo creo que puedo”. Tienen delito. Y un breve repaso al futuro de la especie: los hijos de las que meten el carrito en los pasos de cebra. Próximamente en su ida de olla favorita.

Yo tampoco soy ningún adalid de la conducción perfecta. Simplemente intento cumplir las normas y respetar al prójimo… sin que me pisen, evidentemente. Si la norma de tráfico me da la razón, sólo un perro uniformado podría quitármela. A veces no se respetan las normas, pocas veces. Aún así intentar respetar al prójimo, incluso cuando infringes, es básico en la conducción, tomad nota.

Esto es personal.
Yo guardo mi coche en un parking, el mismo en que mi padre guarda el suyo, afortunadamente, separado de mi casa por un bar. En frente de mi casa hay una sucursal de Correos y un Supermercado. El parking, evidentemente, paga un vado al ayuntamiento y una serie de permisos y demás burocracia. Bien. Llego de trabajar y... un coche en el vado. Ainssss (suspiro). Si puedo me aparto un poco a la derecha para no entorpecer el tráfico. Toco el cláxon. Toco el cláxon. Toco ininterrumpidamente el cláxon. El dueño del coche puede estar en el bar, en Correos, o incluso, en el supermercado. Después de un espacio de tiempo variable, viene el susodicho y generalmente hace la pregunta, o gesto de: "¿Vas a entrar?". Y mi cerebro reacciona: "no, lo que pasa es que tengo más geta que tu y te quito a ti del vado para ponerme yo." Pero respiro hondo y se me pasa. También pongo mala cara, qué menos. Y puede que encima el tipo te diga que te calmes con las manos... "qué majo".
Tampoco puedes llamar a la grúa, no viene. Comprobado. Una vez la llamamos después de media hora sin aparecer el tipo. Media hora después vino. Y otra media después vino la grúa. Bravo.

En fin, una entrada de lo más banal y absurdo… para que luego digáis que no me doy a conocer, ainssss (suspiro).




Cartel de cuando la DGT era la Dirección Central de Tráfico. Si me acuerdo os traigo una foto.




P.D: Ya la tengo.

lunes, 11 de febrero de 2008

No es raro pensar que uno es raro en este mundo deshumano

Últimamente estoy conociendo gente nueva. Nunca me ha hecho demasiada gracia conocer gente. Llamadme antisocial, lo soy. Sé que conocer a alguien siempre es un reto, que puede acabar bien o mal. Sé que no pierdo nada. Pero también sé que tarde o temprano me decepcionarán... salvo en contadísimas ocasiones. La gente que ya conozco, ya la conozco, no creo que me fallen. La gente con la que he coincidido esporádicamente, ya me está bien, no tienen tiempo de fallarme. Pequeñas dosis espaciadas en el tiempo. Así sí. El problema fundamental de conocer a alguien es ese, conocerlo. Poca gente merece ser conocida, pocos son dignos de ese placer. Yo no lo soy, por supuesto. Conocerme es casi, casi, una cruz. Soy consciente. Quizás por eso no me doy a conocer. Yo creo que cada uno deberíamos conocer a un grupo limitado de gente, quizás veinte o treinta personas. Cuarenta, para los más sociables. Deberíamos dedicarnos a conocerlos a fondo. Se me ha olvidado comentar que conocer es una de esas palabras grandes, como lo son amor, amistad, etc. De esas que hay que usar con cuidado. De esas que engloban demasiadas cosas. Se puede conocer mucha gente de vista, de hola y adiós, de hasta luego. Para mi, conocer a alguien, es adivinar que ha nacido en el norte por su forma der ser, actuar o pertenecer a ciertos colectivos. Aunque coincidaís quince minutos al día durante un mes. También es saber cuál va a ser el desarrollo de un día cualquiera en su vida. O que le dé un giro absoluto a vuestra relación, te contradiga totalmente, te decepcione y haga todo lo contrario que tu pensabas que iba a hacer, aunque hayas interactuado con esa persona durante casi diez años. Es difícil conocer a alguien...pero más difícil es conocerse a uno mismo. Generalmente, cuando conoces a alguien mientes, como miente tu interlocutor. Nos escudamos. Damos a entender qué somos y cómo somos...cuando en realidad no lo tenemos nada claro. Ofrecemos una visión parcial y adulterada de nosotros. Bueno, como siempre, yo soy la excepción: no me doy a conocer. No hablo de mi...bueno, ni de nadie...ni de nada. Llamadme aburrido, lo soy. La gente...la gente es mu rara, yo más, por supuesto. Finjimos interés, cuando no nos interesa. Sonreímos hipócritamente, cuando no nos hace gracias. Asentimos, aunque nos parezca que no tiene razón. O a lo mejor solo lo hago yo. Antes al que no me apetecía escuchar no lo escuchaba, he aprendido a fingir interés. Antes, con quien no me apetecía hablar, no hablaba. Generalmente quedaba de borde y antipático... ahora me siento sucio y vendido. Pero bueno, la gente es vendible (Word lo acepta como palabra correcta, qué cosas). Unos por más y otros por menos, pero todos, absolutamente todos, tenemos un precio. Los principios morales son caros, muy caros… bueno, no siempre. Hay gente que está de saldo. Venden su palabra y su moral por cuatro duros. Bart Simpson vendió su alma por 5 pavos. Trajo sus consecuencias (no se le abrían las puertas, no tenía aliento…). Supongo que mi moral es inexistente y mis principios… modificables. Supongo que tengo unos cuantos fijos, inviolables… a falta de ofertas. El físico es prescindible. Es más barato.
Yo siempre he dicho que no me vendo, pero lo cierto es que debería decir que no ha habido ninguna oferta suficiente. Insuficientes ha habido varias. Pero tan ridículas… en fin. Mi voto vitalicio para el PP equivale a un sueldo mensual neto de 1.500 €, de por vida. Prometería votarles y hacerles publicidad (que la necesitan). Es toda una ganga, créanme. Los colores y la ideología se llevan por dentro… como el rocanrol. Cualquier otro partido político puede atenerse a las mismas pretensiones… bueno, al del cannabis le pediría otra cosa. Y a la Falange más dinero… cerca de los 15.000 € mensuales de por vida. Tampoco es caro, ciertamente. La ideología política, igual que la música, se lleva dentro. También prometería comprar todos los discos de OT por 1.200 mensuales… en lo que no me obliguen a escucharlos…
Hay ofertas irrechazables. Daría mi vida por la paz mundial imperecedera. Fácil. No pido mucho, ¿no? No me importaría morir si sé que no van a haber más asesinatos. No sé. Imposible. ¿Soy invendible? No. Simplemente pido demasiado.
Si hay una buena oferta se acepta. He faltado a citas. A quedadas con colegas. Hubo ofertas mejores. Y luego broncas, claro. Pero es comprensible… sobretodo viniendo de mí. Un amigo entiende que falte a una cita con él para ir con una amiga. Hay prioridades. Y los amigos las respetan. No le puedes explicar lo mismo al de los trenes, aviones, etc… llego tarde porque había una chavalita y… tendrías que explicárselo a todo el tren. No es plan. Hay que llegar a tiempo. Y a la chavalita le pides el número de teléfono y ya.

Bien, una ida de pinza más y van…

Es un error de la maldad humana alabar siempre el pasado y desdeñar el presente. Tácito.


“Estoy optimista y me siento bien pero raro, ¿será la falta de costumbre de estarlo?
Si cuando vivir era el problema y morir la solución,
plantearse un futuro digno era como que no, ¿no?
Ahora parece que tengo ganas de ti, mi vida (…)”
Presente, Violadores del Verso

domingo, 3 de febrero de 2008

No competirás (Será la soledad del mejor lo que me pasa)

Porque a veces me siento el mejor. Las menos. Generalmente me puede la vida. En realidad me puede siempre. Me supera. No lo puedo evitar. No encajo, lo siento, lo sé. No valgo para vivir, no sé. Todo me queda grande. Estudiar, trabajar, tener pareja, tener amigos, decidir, escribir... Hay gente que tiene metas, no sé, procrear, desempeñar una labor para la que han estudiado, ser algo en esta vida... mi meta es mañana... y nunca llego, el mañana nunca llega y el presente ya es pasado... es efímero. Hace ya mucho tiempo que vengo pensando que no he nacido para esta vida...
Pero de repente... me siento el mejor. Me siento por encima del bien y del mal. Me siento por encima de lo humano. Me siento capaz de aguantar a cualquiera... por tiempo limitado, supongo. Quitando la gente que me cae mal porque sí, creo que podría a soportar a todo el mundo. Me enfrento a las personas sin prejuicios y me expongo a que se expliquen y expresen. Dejo que me demuestren que me caen mal, que les odio. La excepción es esa gente que sólo por pronunciar una sola palabra bloquean mi sistema operativo y soy incapaz de comportarme educadamente... interiormente. Mi cabeza desconecta el mecanismo de escucha y me bombardea con imágenes de mi interlocutor pintando con sus sesos una blanca pared... Ainsss (suspiro).
He desarrollado una gran capacidad de escucha... O por lo menos, de hacer que escucho. La gente siempre me ha contado cosas... Su vida, principalmente. Sus problemas o sus historias. Nunca he tenido mucho que decir, así que me dedico a escuchar. Antes no era así. Antes me podía el ansia y hablaba sin ton ni son. Pensaba que lo que decía era merecedor de ser escuchado. Aprendí que el que mucho habla, mucho yerra. Y que si no tienes nada interesante que decir, es mejor que te calles. Pasé callado gran parte de mi tiempo, escuchando. Supongo que aprendí... No lo supongo, lo sé. Aprendí mucho. A no creer. A no confiar. A callar. A saber cuándo callar. Procura que tus palabras sean mejores que el silencio. Aprendí a conocer a la gente. A saber como se expresan. Aprendí a no decir según qué cosas. A saber cuándo decirlas. Opté por no hablar demasiado… además de que solía irme de la lengua… lo que me pasaba factura. Yo suelo hablar poco y cuando hablo, hablo demasiado. Casi siempre he tenido claro como soy y, de repente, ya no lo tengo tan claro. A veces vuelvo a ser como era. A veces me sorprendo riéndome como antes... a veces soy capaz de mantener una conversación... a veces vuelvo a hablar demasiado… a veces me pierde esta bocaza… a veces dejo demasiadas puertas abiertas… a veces me expongo demasiado… a veces opino gratuitamente… a veces doy mi opinión… a veces se me va la pinza. El mal me está matando... pero solo a veces. Y de repente te das cuenta de que dentro de nada cambiarás el dos por el tres… y algún día te quedarás sin números porque todos se habrán ido escurriendo entre tus dedos… (Sara).

Escribo demasiado sobre mi mismo... Pero si no lo hace uno mismo, ¿quién lo hará?

“No es fácil ser quien soy pero,
Cuando me siento el mejor como hoy,
Veo la luz y pienso, buf vaya cruz que llevas tu homeboy”
Pura droga sin cortar, Violadores Del Verso.
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