Y bueno… si continúo, he de hacerlo por el juego. Me gusta
el juego. Me encanta el juego. Es divertido. Y es peligroso. Te puedes
enamorar. El juego es una ramera, como la suerte, como la noche, como la vida.
Pero hay que jugarlo. La cosa es que no recuerdo cómo se jugaba. Vale, para ser
sincero, nunca he sabido jugar. El otro día, hablando con un amigo, caí en la
cuenta de que todas las parejas de larga duración que he tenido, han sido ellas
las que han dado el paso, tomado la decisión o, dicho vulgarmente, las que me
han entrado. No es una queja. Creo que he dejado sobradamente claro que las he
querido más que a todo… mientras ha durado. Ya lo dijo Galeano. Desde joven
siempre he sido el amigo gracioso. No sé. Tampoco me han interesado demasiado
las relaciones, es cierto. También he dejado sobrada constancia en este, huelga
decirlo, maldito blog. Pero no sé. Me gustan. Adoro a las mujeres. Suena feo
dicho así. Pero es lo que es. En serio. Pero para todo hay un pero, ¿no? Y no
podía ser menos en este relato. Vergüenza. Mucha. Luego ya más o menos la he
ido perdiendo… y me empezó a dar bastante igual. Ahora mismo hay pocas cosas
que me den vergüenza. Pero hablar con una chica que me gusta… ¡ay, amigo!
Imposible. No se comportarme. Soy peor que un quinceañero. No soy fluido. No
soy gracioso. No soy coherente. No soy simpático. Vamos, todo lo que
normalmente intento ser. En fin. El juego. El maldito, necesario e infernal
juego.
El juego, al fin y al cabo es el amor. Y es que el amor… en
fin. Yo no quería hablar de ese tema. De hecho, no he querido ni usar esa
palabra… pero es que, aunque lo negaré ante todos los que me pregunten… el amor
lo es todo.
Casi cuarenta y se vuelve un crío de quince cuando le dice a
una chica: ‘eres muy guapa’ ¿cuándo se pasa esa sensación? ¿cuándo desaparece
el nudo en el estómago? Como dice un amigo mío: a nosotros Peter Pan se nos
queda corto. No hemos madurado, no hemos crecido. Tampoco nos ha hecho mucha
falta, hemos sobrevivido igualmente. Seguro que hay quién lo encuentra
encantador… seguramente cuando cumpla los veintipocos se le pase y madure. Es
lo normal, lo estándar. Luego estamos unos pocos, unos elegidos. Lo que no sé
es para qué. Supongo que para una soltería prolongada (eso es del mismo amigo
de antes). Bueno, no puedo decir que le haya ido mal. De hecho, el problema es
precisamente ese, volver al juego doce años después. ¿Cómo voy a volver si ya me he pasao el juego?. Bueno, no me
preocupa en exceso, pero a la sociedad sí. Demasiado viejo para casi todo. Y yo
pensando que los cuarenta eran los nuevos veinte. Y si resulta que no queremos
volver, ¿qué? ¿Qué pasa con nosotros? No queremos jugar a vuestro juego. No
quiero una boda de blanco. No quiero unos hijos perfectos. No quiero la
perfección, ni para mí, ni para los que me rodean. La perfección es aburrida.
Es estándar. Es normal. No queremos ser normales. No hemos nacido para
serlo. Hemos nacido para ser especiales.
Cada uno a su manera. No hace falta que seas el nuevo Picasso ni el nuevo C.
Tangana. Haz especial a la gente que te rodea. Dales la mejor versión de ti.
Serás especial para ellos. Suena a mensaje de nuevo coaching. Pero es
tristemente cierto. No queremos ser iguales. No queremos estar en la norma. No
queremos vuestra vida normal. Queremos nuestra vida normal. Nuestra vida de
marginales, de outsiders, de rebeldes. No queremos cambiar el mundo, queremos
cambiar nuestro mundo. Nuestra vida. Nuestro círculo. No he nacido para salvar
a la humanidad, me conformo con salvar a la gente que me quiere. Intentar
escribir en positivo escuchando rap oscuro, lento, cabezón, es de lo que peor
se me debe dar. Porque me dura muy poco. Me sale el racionalista que tengo
dentro. No puedo. Una última cosa: quereos. En serio. Amaos. Dar amor. Sin
prejuicios, sin intereses, sin máscaras. Yo llevo unos días intentándolo. No es
fácil. Y menos cuando has sido la persona más reservada que he conocido. No es
fácil cambiar. Pero ya lo he hecho más veces. Aunque esta va a ser difícil de
cojones. Pero bueno. Repartid amor, de verdad. Y amor no es solo amor. Son
buenas palabras y buenos actos. Es comprensión. Es dedicación. Es cariño. Es
interés. No me gusta esa palabra. Pero la adoro.
Y esa es la contradicción en la que vivo. Bueno, vuelvo a
vivir; que yo creo que ya me había pasado. Lo que pasa es que mi mala memoria
me impide recordarlo. No entendéis nada, y lo entiendo. En fin. Os lo intento
explicar. Hay que hilar lo del juego con la dicotomía ¿Cómo? Fácil: hay días
que me miro al espejo y digo: me follaba entero. En serio. Me daba por todos
lados. Es decir, con esta carita, ese perfil, esa sonrisa, esa voz, esa mirada…
¿qué no? Hasta con barba de dos meses. Y simpático y amable y gracioso y
cariñoso y… bueno, y alguna cosa más, seguro. Y luego están los otros días. Los
del madre mía dónde vas con esa cara, y con esas barbas… y luego es que eres un
raro, te gustan cosas muy raras, con la edad que tienes y mírate. Pues esa
contradicción. El juego, el juego, el juego… ¿estoy un poco obsesionado? No sé…
igual es que me vuelve a apetecer. Lo cierto es que a ratos sí. ¿Esto ya lo he
escrito antes? Bueno, pues no será la primera vez que me repito. Me apetece el
cariño. Me apetece la compañía. Pero también me da pereza. ¿Echo de menos la
comodidad de una relación duradera? Me da pereza empezar. Iba a decir algo de
los principios… pero ya no sé si tiene sentido. ¿Me siguen gustando los
principios como antes? Me sigue gustando el juego, eso seguro. Pero los días de
baja autoestima se hace difícil. Y los de alta… pues no sé jugar mis cartas.
Bueno, a veces son malas cartas. A veces el malo es el jugador. Es cierto. Me
las doy de jugador profesional y luego soy un aficionado. Pero es que adoro el
juego.
No escatimo alegorías
para agrandar mi ego. Son los días de alta autoestima los que me motivan.
Los que me hacen decirle algo a alguien. Los que me hacen seguir en el juego.
Los días de ¿por qué no? Los días de no solo superioridad moral, los días de
estar por encima del resto en muchos sentidos. Esa sensación de seguridad, de
estar de vuelta. Los días de sonrisa seductora, encontronazo fortuito… timidez,
quince años. Adiós. Estamos condenados a repetir los mismos errores. Bueno, día
uno. ¿Cuántos meses van ya? En fin. Como dice la canción: pasó el tren y yo estaba fumando en la vía.
“Qué triste que estoy
y que poquito lloro.
Son esas cosas que uno aprende solo.
Pared y espada, la boca el lobo
Perder por nada, poder con todo.
(…)
Qué feliz que estoy, que poco sonrío.
Son esas cosas que aprendes de crío.
Cuarenta fuera, por dentro frío.
Escalo el pico, mamá, yo ya soy rico.
(...)
To esto al menos me está ahorrando el médico.
Qué triste que estoy y que poquito lloro.
Son esas cosas que uno aprende solo.
Pared y espada, la boca el lobo
Perder por nada, poder con todo.
Qué feliz que estoy, que poco sonrío.
Son esas cosas que aprendes de crío.
Cuarenta fuera, por dentro frío.
Escalo el pico y salto al vacío”
No saco temas ya,
Brawler
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