sábado, 16 de mayo de 2009

Solo peleando me convertiré en vencible (Parte uno)

Y de repente, aquí estoy. A punto de cometer un magnicidio. Alguien dijo alguna vez que todo tiene un por qué… a lo mejor se veía venir.
“Siempre lo he dado todo de mí. Toda mi vida. Todos los días. Todo lo hacía bien. Al principio era sin querer. Sólo quería hacer las cosas bien. No sé. Por aquello de no hacerlas dos veces. O porque siempre he pensado que lo que merece ser hecho, merece que se haga bien. Luego empezó a ser afán de superación. Quería ser el mejor. No soportaba que hubiera alguien que pudiera decir algo negativo de mí. En realidad, no había nadie que pudiera decir nada malo de mí. Nunca he faltado a mi palabra. Nunca he engañado. Nunca he robado. Nunca le he hecho nada malo a nadie… o por lo menos no conscientemente. Con los amigos, abnegado. Con las mujeres, exquisito. La familia, encantada. En el trabajo, el mejor. Lo cierto es que me acerco peligrosamente a la perfección. Se empezó a esperar de mí siempre lo mejor. Siempre el máximo esfuerzo. No me iba mal. Por el momento parecía que pudiera dar lo esperado.
Con el tiempo se convirtió en mi modo de vida. Prosperé en el trabajo lo esperado, y ahora dirijo una de las filiales de un gran grupo empresarial, por supuesto, la que mejor funciona. Todo parecía funcionar a la perfección. De hecho, todo funcionaba a la perfección.
Tenía treinta y dos años y ninguna gana de ser el típico madurito interesante. Siempre impecable, elegante. Peinado clásico, a un lado. No había encontrado pareja estable… tampoco la buscaba… ni me hacía falta. Eso sí, cada noche con una mujer. No me faltaban, era el soltero de oro, pero ninguna consiguió atarme. Toda mi vida estaba perfectamente estructurada. Trabajo, deporte, ocio, cultura… todo cabía en mi calendario.
Y un día, de repente, llegó ella. Al principio sólo era la directora de una nueva empresa que íbamos a adquirir. Algo fácil. Dinero, firma, más dinero. Nos reunimos la primera vez en mayo, en un centro de negocios de las afueras. Teníamos que haber sido cinco, pero, extrañamente, el resto de invitados se excusó de su ausencia o, simplemente, nunca aparecieron. Decidimos continuar, sólo era una primera toma de contacto. Todo iba según lo previsto. Datos y más datos. Todo muy correcto. Concretamos una segunda reunión y nos despedimos. Ella se quedó recogiendo papeles y yo salí del edificio para coger el tranvía. Como tenía tiempo me pareció buena idea entrar en un pequeño bar, a dos manzanas de la estación, a tomar un café y leer la prensa. Pedí mi café y pagué. Fui al baño y, cuando salí, ya estaba allí. Tenía el pelo mojado, de repente había caído una breve tormenta. Y eso me pareció ella. Una tormenta. Estaba enfadada, despeinada, tenía un tacón roto y empapada. Me quedé boquiabierto, mirándola… hola… ¿no tendrá un paraguas?... no sé por qué lo hice, simplemente, lo dije: en casa… también puede secarse la ropa. A priori me pareció bastante atrevido y con un alto porcentaje de respuesta negativa. Pero luego recordé mi encanto personal, mi aspecto elegante y mi carisma. Evidentemente, aceptó. Todo lo demás se me pasó como un relámpago. Hicimos el amor esa noche. Amanecimos abrazados. Desde ese momento me enganché a ella como no lo había hecho con ninguna droga. Empezamos una relación. Amén de la profesional. Colaborábamos cada vez más. Teníamos proyectos paralelos. Hasta que convencí a la empresa para contratarla. Desde ese momento fuimos imparables. Conseguimos todo lo que nos proponíamos. Era el complemento perfecto… en todos los aspectos.
Me despertó el teléfono móvil. Eso sólo podían ser buenas o malas noticias. Odio despertarme con una llamada. Eran buenas noticias. El reciente presidente de la Democracia había aprobado nuestra propuesta, haríamos negocio con el Estado. El nuevo presidente era como el resto: una marioneta en manos de las grandes empresas armamentísticas. Con la única diferencia de ser un exmilitar con ansias de protagonismo. Como casi siempre, todo se conjura por un mismo fin. Las guerras, la situación social y económica y un presidente predispuesto. Era el momento de hacernos inmensamente ricos. A las diez de la mañana estábamos almorzando con el mismísimo presidente. Todo iba sobre ruedas. Ella le tenía encandilado, embobado. Marino, le llamaba. Cuántos contratos habremos ganado con uno de sus guiños. Todo salía, una vez más, a la perfección. Tiempo después, nuestras visitas a la Casa Grisácea –la residencia del presidente- empezaban a ser habituales. Asistíamos a todas las barbacoas. Hicimos amigos. Ampliamos el negocio a países “democratizados” por nuestra gran nación. Nos hicimos ricos y poderosos. Todo iba realmente bien.”

Sí, lo soy. Un cobarde es un hombre capaz de prever el futuro. Un valiente es casi siempre un hombre sin imaginación.
Charles Bukowski

1 comentario:

Sara dijo...

Se me quedaba la historia a medias... luego he visto el Parte Uno y lo he entendido todo.
Empieza bien... espero que que el final no se demore dos meses!! :p

Pd. Me gusta tu faceta "novelista". Tienes un estilo diferente, directo. Con fuerza...
Pd2. Vale, creo que ya sé lo que te pasa... ¿te he hecho algo?

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