miércoles, 13 de abril de 2011

Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también (El final del cuento de hadas)

Érase una vez que se era, en un lejano castillo, al fondo de un cañón. Nadie sabía cuánto tiempo llevaba allí… ni los más viejos del lugar. Pero vivían tranquilos, sin agobios. Con total normalidad. Lo que se viene haciendo en un castillo, vamos. Unos reyes, una corte, unos soldados, unos campesinos… lo normal.
Una patrulla de soldados de la puerta este, en su ronda nocturna, oyeron un ruido. Un golpe sordo, algo que se cae. Avanzaron con cautela hasta el lugar del que procedía el ruido. Con más miedo que vergüenza fueron apartando helechos y sorteando rocas. Hasta que se oyó una carcajada. El resto de soldados corrieron hacia su compañero.
¿Se puede saber de qué te ríes? Le preguntaron contrariados.
Alguien ha tirado un capazo de niño por el acantilado… nada más. Dijo entre risas. Pero… Buuuaahhhh!!! ¡El desesperado llanto de un bebé! Todos los soldados dieron un salto, asustados. Corrieron hacia el cesto y, efectivamente, había un bebé. Un bebé negro… sin sexo. Todos los soldados se miraron, dudando qué hacer. Las miradas terminaron en el oficial de guardia. Tragó saliva. Examinó el cesto y al bebé una vez más. Creo que este asunto merece la atención de nuestro rey. Dijo finalmente. Lo llevaron a dependencias donde una mujer del servicio lo lavó, alimentó y durmió. A la mañana siguiente se entrevistaría con el rey.
El rey era un rey normal. Con corona, con cetro, con capa, con corte, con reina. Tenía todo lo que un rey debía tener… excepto un heredero. El único hijo que habían tenido murió al poco de nacer, tras un parto doloroso que dejó a la reina maltrecha física y emocionalmente. Jamás pudo volver a concebir. El rey lo había aceptado. Intentaba ser feliz a pesar de todo. Lo conseguía la mayoría de las veces. Pero no podía evitar pensar en un vástago. A la reina le pasaba al contrario. Muy pocas veces pensaba en un nuevo parto. Lo hablaban y lo comentaban y, a veces, discutían. Pero se querían demasiado. Se querían todo.
Aquella mañana era una mañana normal para el rey normal. Desayuno normal, trabajo normal. Excepto por una nota de la patrulla nocturna. El oficial de guardia había encontrado un capazo con un bebé dentro. Al parecer cayó por el abismo. Curioso, cuanto menos. Dijo el rey. Que sea la primera orden del día, por favor. Le comunicó a su escriba. Así, el oficial de guardia sería el encargado de presentar el bebé ante el rey. El oficial expuso los hechos. No era difícil. Ruido, capazo, niño, rey.
¿Cómo pudo sobrevivir un niño en un capazo a semejante caída, oficial? Espetó el rey.
Lo desconozco, señor. Peinamos la zona, buscamos huellas, barrimos con perros. No había nada, sólo el capazo. Acertó a decir un oficial tan contrariado como el rey.
El rey solicitó una entrevista con la reina, que se encontraba cosiendo en su habitación.
Eh… señor… perdón, pero creo que debería examinar primero al niño usted. Dijo el oficial, temeroso de una futura sorpresa.
¿Acaso no es un niño normal? Avisad a la reina. Dijo el rey haciendo un gesto con el cetro. Un mayordomo corrió a avisarla.
Señor, no tiene sexo… y es negro. Dijo armado de valor el oficial, temiendo una reprimenda. El rey lo miró, miró el capazo y se acercó con desgana a examinar al bebé. Justo en el momento que hacía acto de presencia la reina.
¿Me has llamado mandar, mi rey? Dijo acercándose a él.
Cariño… quiero que veas esto. Se lo encontró el oficial ayer por la noche en el exterior del castillo. Se apresuró a decir el rey. La cara de la reina era la viva imagen de la sorpresa. No acertaba a decir nada. Movía la boca incapaz de articular palabra. Se acercó al bebé y lo cogió en brazos. Lo aplastó contra su pecho y lloró. El rey la abrazó y todas las mujeres de la corte sollozaron o lloraron a lágrima suelta.
Pasaron los años más felices de sus vidas. El pequeño bebé crecía sin problemas. Se hacía una personita cada vez más grande y hermosa. Durante mucho tiempo pensaron un nombre. Y un día, se dieron cuenta de que la palabra Boj, le hacía reír. Ya tenía un nombre. Y siguió creciendo. Tenía un carácter arisco. Posesivo. Cosas de niños, decían unos. Es hijo único, es normal, otros. Pero no era tan normal. Sus padres le mimaban, le cuidaban, le enseñaban, le educaban, le alimentaban… pero nada era suficiente. Siempre necesitaba más. A medida que iban pasando los años, exigía más atenciones, más alimento, más cuidados, más todo. Iba absorbiendo recursos a su alrededor, hasta que pronto el castillo se le quedó pequeño. Veía a los reyes envejecer más y más cada día. Les estaba absorbiendo la energía. De todo lo que le rodeaba. De todo lo que tocaba. Nada le llenaba. Siempre necesitaba más. Siempre faltaba algo. Y decidió salir a buscarlo, fuera del castillo. Con gran dolor y pesar se lo dijo a sus padres. Todos en la corte lloraron. Después de mucho hablar, decidieron que era lo mejor. Así, recogió enseres indispensables y partió, para no volver.
Lo más duro fue pasar el puente levadizo. No quiso mirar atrás. Sabía que sus padres estarían mirando, llorando, sufriendo. Sólo hacia delante. Sólo avanzar. Y así hizo. Caminar. Paraba en un riachuelo a echar un trago. Cogía algún fruto de un árbol conocido. Disfrutaba del paisaje, del camino. La primera noche también fue muy dura. Dormir al raso, sin nadie más a tu alrededor. Muy difícil. De puro cansancio consiguió dormir algunas horas. Luego, otra jornada de camino. En ningún momento se planteó parar, girar, volver. Única y exclusivamente hacia delante. Tras muchas jornadas de viaje, un mediodía, en un amplio camino, rodeado de hermosos árboles, con el ruido de un río de fondo; vio una figura. Al principio borrosa, lejana. Luego cada vez más nítida. No hacía excesivo calor para ser un espejismo. Se acercaba decidida, segura. Igual que yo, pensó. A medida que se acercaban iban aminorando el paso. Cautelosos. Llevaban mucho tiempo sin ver a nadie. Viste prácticamente igual que yo. Pensó. Tiene mi misma estatura. Pensó la misteriosa visión.
¿Hola? Acertó a escuchar de entre sus pensamientos. No creo que los espejismos hablen. Pensó.
Hola… buen día. Estaban lo suficientemente cerca como para hablar sin gritar… y como para verse. Tenía un cuerpo normal. Un pelo normal, como el suyo. Un rostro normal, como el suyo. Se miraron a los ojos. Silencio. Pausa. Brisa. Susurra uno, susurra otro… no puede ser>. El tiempo ya no pasaba, o sí, que más daba; a lo mejor se perdió en sus ojos y lo estaban buscando. Sin saber cómo, se dieron las manos, sonrieron. Hay quien dice que brillaban más que el propio sol y que, avergonzado, se escondió tras la luna, oscureciéndolo todo menos sus ojos. >No quiero pasar un segundo de mi vida sin ti. Dijeron al unísono. Y se besaron. Y fue tan bonito que el sol volvió a salir para sonrojarse disfrutando de tanto amor.
Los dos tenían vidas paralelas, les había pasado exactamente lo mismo, eran exactamente iguales, habían caminado lo mismo para llegar hasta ese preciso punto. Allí, a la orilla del camino, oculta entre los árboles, hicieron su casa, su hogar.
Volvieron a ver a sus padres, crearon una familia normal, con una vida normal… para siempre fueron felices.

FIN


"Somos lo que nuestros miedos, nuestros demonios interiores hacen de nosotros. Para seguir el camino que nos depara el destino, tenemos que vencer a esos demonios, sean familiares o desconocidos." Héroes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Mira es la niña más bonita del sistema solar,
y yo adoro como solo con lo mínimo es igual
quiero quedarme a vivir en esos ojitos de cristal
una estrella a la que solamente quieres mirar"

Un final feliz... mola!! xDD Escribe más cosas así.

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