miércoles, 11 de febrero de 2015

Érase una vez un niño con un lapicero que quiso pelearse contra el mundo entero (Antología de la egolatría, parte dos)


Estoy harto de convenciones sociales, de etiquetas, de grandes palabras. Amor, amistad, felicidad, honor, justicia... patrañas. Nadie es capaz de definir ninguna. Son conceptos etéreos y relativos. Son conceptos aprendidos... socialmente aprendidos. Me gustaría ser un cánido, un perro. Viven el minuto. No les importa lo que haya pasado la semana anterior... o los últimos cuatro años. Se dedican a vivir, a dar, a vagar. Son seres sociales, viven bajo unas normas. Pero son instinto, libertad, naturaleza. Viven sin ataduras y, sin embargo, lo darían todo por su dueño. No tienen un concepto del amor, pero si de lealtad, de entrega... aunque a veces se le parece.
La sociedad nos encorseta. Tenemos que(remos) liberarnos de los grilletes de los convencionalismos. Un sentimiento es inexplicable, si ni siquiera sé expresar con palabras lo que me hace sentir el mal... o una canción. La misma canción que a ti no te dice nada... cómo te lo hago entender si es... Bufffff... Por eso no me gusta dar explicaciones... por eso sólo respondo ante mi... por eso soy yo mi propio verdugo... porque no me doy explicaciones.
A esta gente seria difícil definirles el odio, en serio, como definir colores a un ciego. Hay sentimientos que lo son todo. Son el odio, la rabia, la pasión, la justicia... Que ciegan. Que desmoronan. Que cambian. Que mutan. Que crecen. Que evolucionan. Que mueren. Que nacen. Nos empeñamos en etiquetarlos, pero lo cierto es que cada uno lo siente de una manera... a su manera.
Estoy harto de juicios de valor. De similitudes y de comparaciones. De creer saberlo todo con dos tardes de economía. Se necesita toda una vida para comprender ciertas cosas. Lo mismo que hay cosas que no comprenderemos nunca, por más vidas que vivamos. Quizás crees que has sentido pena, odio o desesperación... pero a lo mejor no has visto nada, a lo mejor no se le parece en nada... o a lo mejor has sentido una décima parte. Siempre hay más. Siempre puede ser más fuerte. Siempre puede ser peor.
Y luego está “ese” sentimiento, el innombrable. Un sentimiento que nadie sabe cómo es, ni cómo te hace sentir… en realidad, todo el mundo opina. Todo el mundo sabe de qué va. A todo el mundo le ha pasado. Todo el mundo es capaz de usar la palabra sin pudor, sin miedo a equivocarse, sin medida. Se empeñan en comparaciones, en explicaciones, en milongas. Si de verdad te ha pasado, no deberías poder explicarlo. No puedes compararlo con nada. Nada se le parece. Ni siquiera en la misma persona. Se empeñan en cuantificar, en medir, en etiquetar, en clasificar. Hay cosas que escapan a la lógica.


“El cuerpo es una cárcel y los carceleros patrones aprendidos que tenemos que matar” 
Miedo a volar, Mala Rodríguez

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