jueves, 12 de febrero de 2015

Que si solo hablas de ti, que si eres un egocéntrico; yo hablo de lo que conozco, no me quites méritos (Antología de la egolatría, parte tres)


He cambiado tantas veces que ya no sé cómo soy. Me he desdicho. He rectificado. Me he equivocado… montones de veces. Incluso me he arrepentido. He cambiado de premisas. He modificado mis valores. Me he comido mis palabras. He creído saber… cuando no sabía nada. He creído sentir. Toda una vida es poco tiempo para poder vivirla. Hay cosas que cuesta entender… incluso siendo adulto. Siempre hay conceptos nuevos, nuevas emociones o sensaciones, nuevas personas, nuevas ideas, nuevos conocimientos, nuevas experiencias. Siempre hay alguien que te ilumina con su sabiduría. Siempre hay alguien dispuesto a compartir sus experiencias, sensaciones, conocimientos. Compartir es vivir. Asimilar es crecer. Todo el mundo puede aprender algo de todo el mundo… y ni siquiera hace falta que sea bueno. Hace falta encontrar a la persona que te enseñe lo que quieres aprender. Es sólo un trueque, un intercambio.

Luego están las personas. Las personas son difíciles de entender. Porque es difícil entenderse uno mismo. Siempre es más fácil hablar de lo que deberían hacer o deberían sentir los demás. No es fácil ponerse en el pellejo de otra persona. Y eso que somos genéticamente idénticos. La empatía es complicada. Llegar a entender a las personas, imposible. Conformémonos, pues, con intentar entendernos nosotros mismos. Cada persona es un mundo… aunque suene a tópico. Dos personas diferentes, en una misma situación, actúan de forma diferente ¿por qué? Porque no somos iguales… aunque no suene demasiado bien. Cada acto de cada persona está motivado por un sinfín de experiencias, motivaciones y conocimientos únicos y exclusivos. Así pues, ¿cómo podemos afirmar que sabemos lo que sienten los demás? ¿Acaso sabemos nosotros mismos lo que sentimos en cada momento? ¿Podemos expresarlo? ¿Hay un estándar de lo que se debes sentir y cómo?

Y cuando tú ya parece que estás bien, siempre hay alguien que está mal. Esa parte de ti que te completa, se ahoga entre lágrimas desesperadas. Y todo vuelve a empezar. El dolor vuelve a crecer. Ya no hay mariposas… sólo larvas infectando órganos. Ese dolor que creías aparcado, no destruido; adormecido, no derrotado; ese dolor se hace más fuerte. Derrota tus defensas. Y no puedes hacer más que permanecer ahí. Esperando. Apoyando. Consolando. Soy un consolador mental de lujo. Y la calma siempre sucede a la tempestad… igual que la precede. Y la vida es una tormenta en alta mar. La tormenta perfecta. Porque aunque el impacto sea triste está perfecta, intacta… Y en calma es una playa desierta, de aguas cristalinamente azules, sol de mediodía… paz, calma y felicidad. Y en tormenta es huracán y tsunami, lluvia andante semiparalela, es negrura y relámpagos. Es desesperación. Calma, tempestad. Tempestad y calma.
Y otra vez el dolor se apodera de ti. Esa sensación horrible de dolor de estómago. Esa desesperación por no poder dormir, por no poder comer. Una vez más aferrarte al mal a ver si acaba contigo. O si eres tú el que acaba con él. Otra vez sin entender qué es lo que te pasa. Por qué estás así, si, total, no pasa nada. Y todo depende de cómo te lo tomes. Con calma. Con nervios. Con tranquilidad. Con miedo. Todo depende del cristal con el que se mire. En catalán se dice pair las cosas. Viene a ser pensárselo, discurrir. Recapacitar. Y en eso andamos. Mucho pensar. Poco hablar. Pero estamos obligados a hablar. A verbalizar. Nos lo piden amigos, familia y hasta nosotros mismos. Me cuesta. Mis problemas, cómo me tome las cosas; son problema mío. Si alguien dice algo, lo hace porque necesita decirlo. Cómo me siente a mi lo que ha dicho, es exclusividad mía. 

"Puedo escribir y no disimular, es la ventaja de irse haciendo viejo.
No tengo nada para impresionar ni por fuera, ni por dentro" 
Antes de que cuente diez, Fito & Fitipaldis


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